Lo único que sé hacer en la vida es subirme a una loma, mirar (callado), oler el viento, oír el frío o el calor, saborear los sonidos lejanos y asustarme por algo que se mueve en algún lugar… cerca de mí…
Busco una sucesión infinita de suaves claros apenas perceptibles desde lo alto, bajo, tropiezo, deshago mi propio entuerto y echo a caminar sin mirar atrás y con hambre de delante.
Por el camino (por el camino): camino, y me quemo con todo lo que arda, y me río si me acuerdo, y tengo hambre si me dejan, y procuro beber en cuanto veo agua.
Si me pierdo aprovecho para encontrarme. Si me pierdo aprovecho para descubrir lo que nunca habría vivido si todo fuera como había planeado (¿había planeado?) desde lo alto me mi última loma.
Si me pierdo no lanzo salvas…
Me gustan las manos de quien me las tiende, a veces, cuando me acuerdo de que las mías pueden estar borrachas o ávidas de calor.
Me gustan las manos porque me ayudan a hablar, a rodear el bolígrafo, el lápiz… A teclear la máquina de escribir o el ordenador.
Nunca digo que no cuando mis manos llaman, ya el sueño se apreste a derribarme de mi rocín, ya el papel sea minúsculo y mayúsculo el embrollo a mi alrededor.
Sólo soy piel.
Soy aspirante a una sucesión de actos vandálicos, a la entropía de hoja perenne, a la paz del caos.
Soy aspirante a la simplicidad voluntaria, la lentitud vital, la tela de araña.
Escribo sólo porque me da la gana, cuando me viene en gana, cómo me da la gana. Para que me leas, para que yo me lea, para que me lean…
Creo que la palabra es un gran tesoro, que hay que cultivar, injertando, experimentando, laboreando al fin y al cabo.
Voy a sembrar palabras a ver si me crece un libro este año.