Ya no tenemos arroyos ni ríos para
disfrutarlos como antes. O eso me dice mi experiencia vital en este
territorio geográfico hermoso todavía en el que vivo (el sur de
Europa, el norte de África...). Aunque quedan joyas a las que desde
luego no se me ocurriría ir a fregar los platos. Al menos no con un
“friegaplatos” cualquiera.
Y si fregar los platos era una de mis actividades favoritas -siempre lo ha sido-
desde que estoy ¡por fin! y aunque sea a pequeña escala*- encauzando los flujos de agua
hacia sitios donde hacen falta, en la propia finca -escala
microlocal- y en tiempo real, lo estoy disfrutando como nunca. Evitando así el desperdicio que supone verter aguas grises directamente a la fosa séptica donde se mezclan con aguas negras.
*Es a pequeña escala, es a la escala que yo controlo, sobre la que tengo competencias...
(Fotos de arriba: el antes y el "de momento").
Fregando en un par de barreños (que además pongo a calentar al sol desde por la mañana temprano) se
ahorra agua tremendamente y la loza, la cubertería, la cristalería,
los útiles de cocina... quedan relucientes y limpios. Por otra parte
fregamos con jabón de tipo “ecológico” o jabón de platos
convencional rebajado con vinagre (al parecer así es más fácilmente
biodegradable).
(Arriba: El arroyo visto desde "aguas abajo",
el trazado zigzagueante le da mayor recorrido al agua entre las piedras).
Adelanto unas fotos del arroyo, que
acaba de nacer y aún está en desarrollo, en observación, en
evaluación y valoración, con pequeñas modificaciones de diseño y
ejecución... Y que es un atractivo singular para quienes nos visitan
¡y la propia familia!
(Arriba: adelfa -esqueje- y taraje -trasplantado-, en pruebas de agarre y vecindad temporal...)
El proceso, sus detalles, los retos,
los aprendizajes... De momento lo dejo para otro día, con calma.
SLOW, SLOW. ;-)
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